Diego Dávila Benavides, decano de Gobierno y Relaciones Internacionales
La reciente disputa por la isla de Santa Rosa ha generado una ola de reacciones desde diferentes orillas políticas y académicas, sin embargo, más allá de los matices, es importante afrontar una verdad incómoda: américa latina está atrapada en una serie de nacionalismos fósiles, mientras carece de políticas de gestión fronteras actuales y serias que atiendan sus territorios limítrofes desde la integración, el respeto por la soberanía y la gobernanza de los problemas públicos transfronterizos.
Este episodio estalló el pasado 5 de agosto del 2025, cuando el presidente de la República de Colombia escribió en su cuenta de X: “El gobierno de Perú ha copado un territorio que es de Colombia”. Sin duda esto sorprendió al gobierno peruano, en tanto el canciller, Elmer Schialer, afirmó: “Lamentamos esto porque claramente el presidente no ha sido debidamente informado en estos asuntos”. Luego, el presidente Petro volvió a cuestionar la soberanía de Perú sobre Santa Rosa en su discurso por la conmemoración de la Batalla de Boyacá desde Leticia, mientras en precandidato presidencial, Daniel Quintero, aparecía en un video izando la bandera colombiana en la isla con la proclama: “territorio colombiano”. Asunto que, desde luego, aumentó la tensión en las relaciones binacionales.
La historia que regresa con cada cauce
La controversia por la isla de Santa Rosa no es nueva, aunque el islote no existía en 1929, cuando los estados firmaron el acuerdo de límites que definió como frontera el talweg, es decir, el canal más profundo del Amazonas. De acuerdo con Carlos Zárate, profesor de la Universidad Nacional (UNAL) y especialista en estudios de la Amazonía, “la isla Santa Rosa se empezó a formar hacia la década de 1950, y una década más tarde se empezó a poblar de manera permanente por habitantes mayoritariamente peruanos, y más adelante se establecieron autoridades estatales”. Solo hasta junio del 2025, el Congreso del Perú creó el distrito de Santa Rosa, buscando reafirmar la soberanía sobre el islote. Ahora, para el Estado colombiano, este fue un acto unilateral que desconoció el espíritu de los tratados de 1929, así como Protocolo de Río de Janeiro de 1934. Estos prevén la solución de diferendos limítrofes por la aparición de nuevas islas fluviales.
Esta situación desde el punto de vista ambiental es el resultado, entre otros factores, del cambio climático. En un estudio de la facultad de Minas de la UNAL se estima que, para el año 2030, el río Amazonas podría dejar de pasar frente a Leticia durante la mayor parte del año. Sin duda, la posibilidad de que Leticia pierda su condición de ciudad ribereña explica, en cierta medida, la reacción de Colombia sobre la soberanía en la isla Santa Rosa. El presidente Petro reconoció esta posibilidad afirmando que, las acciones unilaterales del Estado peruano, pueden “hacer desaparecer a Leticia como puerto amazónico quitándole su vida comercial”.
Ruido político y ausencia de Estado
El problema, sin embargo, no es solo geográfico. La disputa evidencia la precariedad en el manejo que el Estado colombiano ha dado históricamente a sus fronteras. Inclusive, el actual gobierno en el Plan Nacional de Desarrollo “Colombia Potencia Mundial de la Vida” dedica apenas unas pocas líneas a esta problemática. De igual forma, la avalancha de desinformación tampoco ha permitido a los decisores sopesar las aristas del problema y abordarlo desde la gestión propia de asuntos internacionales, mediadas por el Derecho Internacional. Posibles invasiones, planes ocultos para recuperar el control de la isla o, inclusive, ligerezas de precandidatos presidenciales al izar una bandera colombiana, no permiten abordar el problema desde los instrumentos internacionales que, aunque pueden estar obsoletos, son el único instrumento al que se puede recurrir en la actualidad. Entre tanto, las comunidades amazónicas en ambos Estados siguen invisibilizadas y con limitado acceso a oportunidades que mejoren sus condiciones de vida.
El costo humano y ambiental
Mientras tanto, de acuerdo con información publicada por BBC News, en Santa Rosa viven alrededor de 3.000 personas en condiciones precarias. Sus necesidades de agua potable, servicios de salud e infraestructura básica no aparecen en los comunicados de prensa, las publicaciones en redes sociales o los reclamos políticos del momento. Sin duda, una situación grave, teniendo en cuenta que el bioma amazónico está pasando por una transformación acelerada por la deforestación, la tala ilegal de maderables y el cambio climático. Sin duda, los sedimentos que forman nuevos islotes y modifican el cauce del río son consecuencia de dinámicas ambientales globales. En total, se estima que, con Santa Rosa, son siete nuevas islas que se han conformado, cambiado la situación geográfica de los países.
Un espejo y lecciones para América Latina
El diferendo por la soberanía en la isla de Santa Rosa no es una cuestión de banderas. Es un referente incomodo: releja la fragilidad y obsolescencia de las políticas de gestión de fronteras y la incapacidad de superar o transcender desde el nacionalismo decimonónico, hacia dinámicas de integración, cooperación, gobernanza transfronteriza, entre otras. América Latina tiene en el Amazonas la posibilidad de movilizar y promover nuevas discusiones sobre la situación actual de las fronteras y su cambio previsible como consecuencia de las dinámicas ambientales. Santa Rosa entonces debe ser el punto de partida para fortalecer mecanismos binacionales como la Comisión Mixta Permanente para la inspección de frontera, prevista para sesionar el mes de septiembre en Lima, y para convertir la frontera amazónica en un verdadero laboratorio de gobernanza transfronteriza. El riesgo para Leticia es real. Es previsible que pierda su acceso al rio, por ende, la “diplomacia” de las redes sociales, los discursos vacíos o izar las banderas a escondidillas no resolverá el problema. Se necesitan verdaderas políticas públicas ancladas en la realidad ambiental, social y cultural de la Amazonía.
*Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no reflejan necesariamente el pensamiento ni la postura institucional de la Universidad Santo Tomás.